Desde un diminuto rincón
de la habitación se esparce una ligera inquietud
una ligera agonía.
Abres las ventanas y el ambiente es ruidoso
y tu alma apenas recobra su tranquilidad.
A lo lejos, un suspiro apagado y persistente.
Tu pecho late con fuerza mientras
una silueta pequeña y recortada
atraviesa la callejuela estrecha y triste.
Existen momentos...
en que los sonidos convergen en las miradas
sientes la aproximación al centro del universo
y el espíritu se alza sobre las estrellas.
Pero...
Sobre el alféizar a Anaïs Nin retienes
protegiéndola con tus minúsculas manos.
Comienza a llover...
Intelecto en el abatido y estrecho atajo
el suspiro reproduce su eco con almibarada ironía.
©Alejandro Arce